"No dejes que corten tus alas", así empesará nuestra conversación, te lo aseguro, luego que nos sentemos a la sombra. Intentaría concentrarme y no hacer raconto mental, luego hablaría de mi experiencia: "una vez a mi me pasó que..." o "una vez me dijeron..." e intentaría enganchar mi historia con la tuya. Hablaríamos de penas y alegrías, triunfos y derrotas. Sobaría la espalda ajena con ternura y dejaría que usaras mi hombro como punto de apoyo. Me acomodaria bien, por que mi joven espalda ya se siente cansada, pero no dejaría que se quedara vacía de ti. Con una sonrisa trataría hacerte ver que la vida no es tan gris como solemos pintarla, intentaría darte esa seguridad que a mi también me falta, pero lo supliría robándosela al que irá caminando a nuestro lado para regalártela. Halaría del destino, de las jugarretas del destino, repetiría mi extraña historia una vez más, resaltaría su lado positivo y la pondría en una bandeja de plata: te invitaría con la derecha y te la ofrecería con la izquierda, con un ademán te la entregaría y dejaría que tu corazón opinara. Escucharía atentamente tu desahogo. Haríamos una pausa, y en un lento suspiro repetiría "no dejes que corten tus alas". Volvería a sonreír, y me mantendría así hasta ver que haces lo mismo, aunque sea levemente. Volvería a robar fuerza a otro transeúnte, la envolvería en papel celofán transparente y lo ataría con una cintita de raso color morado, todo eso con mucha imaginación de parte nuestra. Te invitaría a caminar por ahí, para oxigenar el espíritu y la esperanza. Te regalaría un ramo de fe y entusiasmo, una cajita llena de amaino, para que puedas guardarla en tu bolsillo, y una eternidad de confianza. Y te mostraría que la vida no es tan gris, y que puedes confiar conmigo.
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Ruego a quien (es) se haya (n) identificado con esto, contactarse conmigo a la brevedad.
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